«Ahora bien, ¡manos a la obra!», exclamó Su Carbohidrática Inmensidad. Y creó el agua y el trigo duro el primer día. El segundo día, creó la sal y la pimienta (y otras 666 especias por si acaso). El tercer día, los tomates. El cuarto, los huevos (podríamos prescindir de ellos, pero bueno...). El quinto, la salsa boloñesa con carne picada (y envasada, porque crear todos los componentes necesarios de manera individual es tedioso incluso para El Monstruo de Espagueti Volador). El sexto, la cocina completa con vajilla, cubertería, ollas y, por supuesto, un colador de pasta a su imagen y semejanza.

Y el séptimo, preparó los espaguetis más deliciosos del universo. Y vio que era bueno.

«Ramén».